Damián es un alumno de la etapa de infantil de una clase de 5 años.
Mira el mundo que le rodea con una mirada especial.
Sonríe cuando todos hablan.
Se aleja del ruido cuando quiere reír.
Y tiene un corazón que le palpita dentro de su pecho de una manera suave, empática, diferente.
Él no lo sabe, pero para mí es un niño especial.
Me gusta observarle en clase o en el recreo cuando el no se da cuenta, porque invertimos el orden natural de nuestra relación; él se convierte en mi maestro, yo me convierto en su alumno.
Pero la otra mañana, Damián fue el maestro de toda su clase cuando se acercó hasta mí y me dio un abrazo que me rompió en dos el alma.
Yo estaba triste con el grupo-clase porque no me hicieron caso en un momento determinado. Elevé el tono de voz. Se me irritó el carácter. Suspendí toda actividad lúdica.
Y cuando el silencio se podía cortar en el aula, Damián, sin decir nada, se levantó, se dirigió hacia mi y me devolvió la fe en el ser humano.
Y lo hizo a través de un pequeño abrazo, sencillo en su raíz, pero grandioso en su forma; tal y como es Damián, un diamante que debemos de pulir los que nos topemos con él en su camino educativo, pero que brilla por sí sólo porque su piel trasluce sinceridad, y porque en su casa le están enseñando lo que significa ser humilde, saber rectificar y pedir perdón sin esperar nada a cambio.
Ese abrazo nació del interior de sus entrañas como una forma de equilibrar, de pasar página, de devolver la paz sin ondear ninguna bandera blanca,
Ese abrazo ere el gesto de un niño, que siguió siendo un niño tras darlo, y al que le ruego que no deje de serlo, aunque sus huesos y su voz lo alejen del suelo.
Ese abrazo es el que tanto adultos necesitamos y no somos capaces de darnos.
Damián, gracias por ese abrazo..
EstimulaciónPsicomotriz 