Estimular, en los primeros años de vida, no significa acelerar su desarrollo, ni adquirir ciertas habilidades antes de tiempo, ni ofrecer al niño continuamente actividades y materiales para que se «desarrolle más rápido» o «aprenda más».
Estimular implica conocer y respetar el momento evolutivo y las particularidades de cada niño, facilitando aquello que necesita y por edad puede hacer.

Hablamos de sobre-estimulación o hiper-estimulación cuando proporcionamos al niño estímulos superiores, en calidad o en cantidad, a los que puede tolerar en relación a su edad, no pudiendo procesarlos adecuadamente.
La sobre estimulación puede afectar al aprendizaje de forma negativa.
El exceso de estímulos puede dar lugar a niños demasiados inquietos, casi hiperactivos, es decir, «híper-estimulados».
Sobrecargar el cerebro de estímulos produce, además, que éste no sepa a qué estímulos atender, lo que se traduce en dificultades o problemas atencionales.

El exceso de actividades hace que el niño pase de una actividad a otra con poco tiempo para descansar, procesar lo aprendido y jugar a ser ellos mismos.
Estimular de forma correcta en los siete (7) primeros años de vida siempre da resultados beneficiosos, pero el exceso o «sobre-estimulación» podría ser frustrante para el niño e incluso podría interrumpir su proceso de aprendizaje.
Esta frustración aparece cuando le proporcionamos al niño un juguete o una actividad para la cuál no está preparado, no podrá hacerla y no podrá completarla o realizarla de manera correcta, lo que les provocará que tengan un concepto de sí mismos negativos, lo que influirá en su baja autoestima.
