Los policías suelen trabajar vestidos de uniformes. Los bomberos también suelen hacerlo. Y lo mismo sucede con los pasteleros. Con los enfermeros. Con los peluqueros…
El uniforme en sí es un rasgo propio de cada profesión, de ahí que los profesores de Educación Física vayamos a trabajar vestidos en chándal. O en calzonas y gorra cuando el sol aprieta sobre una pista de fútbol sala a mediados del mes de mayo.
Y lo hacemos por una cuestión de comodidad, ya que no hay ninguna clausula en nuestro contrato que nos indique que tenemos que ir vestidos así, ni cobramos un euro por vestir de Nike o Adidas en nuestro quehacer diario.
Los profesores de Educación Física tenemos que movernos, desplazarnos, trabajar sobre nuestros cuerpos tal y como lo harán nuestros alumnos, porque nosotros para ellos somos su pizarra, su ejemplo a seguir, su modelo a imitar.
Y verán ustedes, tirar a canasta, hacer una voltereta o llevar a cabo una carrera de relevos vestidos con una camisa de cuadros, un jersey de pico y unos castellanos -a juego con el color de nuestros ojos- es un poco complicado de ver.
Llevo toda la vida escuchando eso de “lo cómodo que viene al cole el de la gimnasia” … como si mi labor fuera menos importante que la que lleva a cabo el profesor de Inglés o la profesora de Latín sólo por mi indumentaria.
Pero nuestra asignatura es especial. Es cercana. Está viva. Sale del aula para respirar. Para enfrentarse a la vida. Enseña por sí sola. Ayuda a superar nuestros miedos. Rompe barreras. Pulveriza límites. Nos hace crecer de manera física, mental y emocional. Es un espejo perfecto que la educación tiene para conocernos y conocer a los demás.
Benditos sean los que trabajamos en chándal, y bendita sea mi asignatura.
Y como me dijo hace poco un compañero… “el curso no se acaba hasta que el de gimnasia no va al cole en pantalón vaqueros”